La historia de esta prestigiosa casa relojera se remonta al año 1848. En aquel entonces, el joven Louis Brandt decidió abrir un taller de ensamblaje de relojes de bolsillo en la población suiza de La Chaux-de-Fonds en el Cantón de Neuchâtel. Este relojero, que trabajaba con otros pequeños proveedores de la zona, logró comercializar sus piezas en países como Italia, Reino Unido, o el territorio escandinavo. Algunos años después, la pequeña empresa relojera, que ya gozaba de gran reputación, pasó a ser dirigida por los hijos de Brandt. Ellos dieron un empujón a la compañía asumiendo la producción propia de los movimiento y trasladaron la sede a Bienne en el Cantón de Berna. Sin embargo, no fue hasta el año 1903, cuando la tercera generación se hizo cargo de la dirección, y el nombre
Omega se integró oficialmente en la compañía.
El nombre de la marca pone de manifiesto la alta calidad de sus relojes. Además de ser la última letra del alfabeto griego, simboliza realización y perfección.
En el año 1930, Omega se unió a Tissot para hacer frente a la crisis causada por la Primera Guerra Mundial, y, sin perder su identidad, Omega no dejó de abastecer el mercado de los relojes de lujo, mientras Tissot continuó dirigiéndose al sector de la clase media. Algunos años más tarde, con la llegada del cuarzo al mercado relojero, la situación para estas dos casa cambió por completo, sumergiendo al sector en una crisis que solo en 1983 fueron capaces de afrontar con la creación de Grupo Swatch, al que Omega sigue perteneciendo a día de hoy.