En nuestra relación con los relojes, como en nuestra vida cotidiana, hay tantas visiones de la vida como visiones del tiempo. Resulta extraño escribirlo, e imagino que también leerlo. Aunque nuestros ritmos se descomponen mecánicamente en segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, etc., no somos máquinas, sino sujetos llenos de emociones, necesidades y sueños, que evolucionan tanto individual como colectivamente. Algunos trabajamos con un horario muy estricto, mientras que otros —como yo— llevamos un estilo de vida más… cómo decirlo… ¿bohemio?
En mi caso, no me aferro a los horarios impuestos por la sociedad, sino que actúo según una lista de objetivos que me marco. Gestiono la duración de cada una de las tareas que tengo que realizar, y borro todas las fronteras que existen entre mi ámbito profesional y mi vida personal; entre la mañana, el mediodía y la noche; y entre los días tristes de lluvia y los embellecidos por el sol, para hacer que mis deseos y mis deberes cohabiten en un todo coherente, —coherente para mí, pero no necesariamente para los demás. En la práctica, me dejo guiar por puntos de referencia distintos de los «clásicos», por colores, por estaciones, por deseos creativos. La sinestesia —un trastorno de la percepción sensorial basado en la asociación de impresiones de distintos ámbitos— es preponderante en mi pequeña existencia. Cada momento de mi día corresponde a un estado de ánimo, que a su vez se traduce en un color. Los meses son irrelevantes, ya que me oriento según las estaciones y la evolución del mundo natural que me rodea.
Cuando me pidieron que hiciera balance de este año relojero y realizara una selección de los relojes que más me impresionaron en 2023, me resultó imposible agrupar mis elecciones de los lanzamientos de nuevos modelos de manera cronológica como es habitual. He preferido ser fiel a mi personalidad, dejar que se exprese e imponga su propia visión del tiempo. Además, tengo que admitir que veo tantas referencias en el espacio de doce meses, sobre todo en las ferias, que mi cerebro no puede catalogarlas todas, sino simplemente clasificarlas según mi propia jerarquía. Volvemos a la sinestesia, a un ensamblaje «interno» para componer una carta de colores estacional. Y tengo que admitir que el sistema que se ha instaurado recientemente, que permite a la mayoría de las marcas relojeras producir novedades a un ritmo mucho más sostenido sin tener que conformarse exclusivamente con las grandes citas anuales o incluso bienales (LVMH Watch Week, Watches and Wonders, Dubai Watch Week, etc.), hace mucho más apasionante el trabajo de un periodista especializado en relojería. También hay un parámetro ineludible cuando descubro un reloj, y es imaginármelo puesto. Si estoy pensando en comprarlo, merece estar en este artículo.
El color es más poderoso que un cóctel de vitaminas
La «nueva temporada» de la relojería ya no empieza en primavera, como imponía la tardía Baselworld, sino en enero, cuando aparecen las primeras campanillas de invierno. Las estaciones frías no siempre son amables en Suiza, donde vivo, y los deportes de invierno no me interesan, así que después de Navidad cuento literalmente los días que faltan para que llegue la primavera, y ya estoy en modo «renacimiento verde». Aunque todavía hace frío, y estoy abrigado con mi cálido plumífero y con la nariz tapada con mi bufanda, solo hay una cosa con la que fantaseo: ¡el color!
Mi primer flechazo del año encaja perfectamente con esta necesidad de ver vida más allá del gris apagado que cubre el día a día cotidiano en Ginebra, ya que entre las primeras piezas presentadas por TAG Heuer con motivo del 60.º aniversario del Carrera se encontraba una colección de relojes de tres agujas, entre ellos uno con esfera fucsia. Aunque en términos de mecánica, estamos muy lejos de los cronógrafos (con o sin tourbillon) que se presentaron al mismo tiempo, este me atrajo inmediatamente por su color brillante. Tengo la suerte de poseer uno, y lo uso con mucha regularidad. Su esfera básica pero esencial me conviene perfectamente, porque aunque aplaudo las proezas técnicas como periodista, es el uso cotidiano lo que me atrae como cliente. La única crítica que puedo hacerle es su diámetro de 36 mm, que me parece pequeño comparado con los relojes de 40 mm que suelo llevar.
El Oris ProPilot X Kermit Edition (39 mm), en cambio, ha estado en mi muñeca desde el día en que lo recibí, ya que su caja de titanio es muy ligera. La vigorizante cara verde se encarga de sustituir a las vitaminas que de otro modo ingeriría cada mañana en el desayuno. Y una vez al mes, no puedo evitar sonreír cuando me encuentro con la rana del Show de los Teleñecos en la ventanilla de la fecha a las 6 en punto.
Otro modelo de estos que sientan muy bien y del que me he enamorado por completo es el Oyster Perpetual, 41 mm de diámetro, por supuesto, con su esfera turquesa y una ráfaga de burbujas teñidas de amarillo, rojo, verde y rosa. Sencillamente, estoy enamorado de este reloj.
Los recuerdos de mi infancia actúan como un motor que me ayuda a navegar por los altibajos de la vida cotidiana. Estas tres referencias, tan llenas de matices francos y sin concesiones, puntuadas por globos o por un personaje que solía ver en la televisión, son una delicia a los ojos del niño que hay en mí. Como suelo decir, la vida es demasiado corta para aburrirse con el color negro. Además, el negro es demasiado fácil, mientras que el color es todo un ejercicio de estilo.
Una personalidad versátil para un verano sereno
No compro relojes para guardarlos en una caja fuerte del banco, sino para que me acompañen en mis aventuras sin importar el miedo a rayarlos, nadar en el mar o ensuciarse de tierra cuando trabajo en el jardín. El concepto de compañía me parece fundamental, y cuando llega el verano me pongo modelos resistentes porque no los trato con delicadeza. Nada debe impedir mi libertad de movimientos, nada debe pesarme en el brazo ni hacerme sudar la piel, y quitarme el reloj antes de lanzarme a las azules olas del Mediterráneo es un concepto inexistente en mi estilo de vida.
En resumen, todos los Tudor son perfectos compañeros de verano, pero este año, seleccionar solo uno es un ejercicio complejo. Mi corazón oscila entre el Black Bay GMT, que me sedujo a pesar de que no soy fan de las esferas blancas; el Pelagos FXD con su bisel de titanio y carbono; y el «clásico» Black Bay en 39 mm o 41 mm. En cuanto a este último, el único detalle que me molesta es el brazalete Jubilee. Aunque me encantan los eslabones metálicos, no me gusta mucho este diseño y prefiero los de otras referencias de la colección, o la correa textil NATO, que es sin duda la más bonita, cómoda y robusta de todo el panorama relojero.
Volviendo (¡otra vez!) a los colores, creo que el Hermès H08, disponible en verde, azul, amarillo y naranja, es un gran acierto. Además de la llamativa silueta geométrica y el fino granulado que cubre la superficie antracita de su esfera, el reloj tiene la ventaja de ser versátil —que es todo lo que espero de un reloj— con su carácter deportivo y elegante a la vez.
El Tissot Sideral también tiene la capacidad de jugar con los colores, los materiales, las formas y los distintos ambientes. Es relativamente ligero gracias a su caja en forma de tonel de acero forjado y carbono. También es muy eficiente gracias al calibre Powermatic 80 y bello con las escalas circulares multicolores que adornan su esfera oscura. Siguiendo con el catálogo de la marca de Le Locle, me gustan mucho los nuevos modelos PRX automáticos, en particular la versión azul cielo, que tiene un aire veraniego, y la versión dorada con pantalla digital, que me retrotrae a mi primer reloj, cuando tenía siete años.
Otras alternativas, como las referencias SUB de Doxa, el Alpiner Extreme Automatic de Alpina (para muñecas un poco más gruesas que la mía) o el Ocean Star Decompression Worldtimer Special Edition de Mido, le permitirán, manteniendo su aire distinguido, pasar un verano sereno sin tener que preocuparse por la resistencia al agua o la robustez de su reloj.
El espíritu relajado de la vuelta al cole
El final del verano señala el fin de las vacaciones y el comienzo de un nuevo curso escolar, en pupitres escolares para los más pequeños y en oficinas diáfanas para los adultos. Aunque estoy encantado de no tener que soportar trabajar en un espacio colectivo y poder escribir mis artículos en el reconfortante calor de mi propia casa, septiembre marca la vuelta a los eventos relojeros, los viajes de prensa y las presentaciones de productos. Después de unas semanas de descanso, preferiblemente en una playa soleada, mi mente empieza a calmarse, y mi muñeca también. En esta etapa opto por modelos más clásicos, pero siempre con un toque creativo que los diferencie porque el conformismo no va conmigo. Me apasionan los relojes tono sobre tono, donde el metal de la caja se extiende sobre el brazalete y deja que sus matices plateados invadan la esfera.
El nuevo Tambour de Louis Vuitton, un joven veinteañero que entra en su tercera década con una estética revisada y matizada, cuenta con bazas a las que es difícil resistirse. Todo es impecable en esta pieza de acero que hace malabarismos con los acabados para ofrecer luminosos tonos grises, y tanto su ergonomía como su mecánica la convierten en el amigo o amiga que querrá tener a su lado durante toda la vida.
En Bvlgari, aunque pertenezco al club de los admiradores incondicionales del Octo Finissimo, debo mencionar la llegada del Octo Roma, un reloj de tres agujas con fecha de arquitectura cuidada y contemporánea. Es ideal para las generaciones más jóvenes que buscan un reloj que combine la sofisticación italiana con la precisión suiza.
De Zenith, todas las referencias de las series Chronomaster Sport, Defy Skyline y Revival comparten un atractivo que crece con los años y las variantes. La última incorporación, el Skeleton Night Surfer El Primero, tiene una especie de aura azulada enigmática que despierta la curiosidad visual.
Una larga lista de deseos para los Reyes Magos
Hasta ahora, la mayoría de los relojes que he mencionado son relativamente fáciles de adquirir y llevar de la mañana a la noche, los 365 días del año. Sin embargo, se habrá dado cuenta de que no hay cronógrafos, porque aunque alabo la belleza de esta complicación, personalmente no la necesito. Además, aprecio la belleza despejada de una esfera que muestre solo lo necesario y, a ser posible, en un color intenso. Sin embargo, en esta época festiva, si tuviera que escribir una lista de deseos para los Reyes Magos —suponiendo que existan y tenga un presupuesto ilimitado— sería formidable.
Pediría relojes de la mejor artesanía que hicieran brillar mis ojos infantiles cuando tengo en mis manos piezas fabulosas, como el Reverso Tribute Enamel Hokusai de Jaeger-LeCoultre (en gran parte para satisfacer mi antigua fascinación por el gran maestro japonés del ukiyo-e), el Lady Féerie de Van Cleef & Arpels, una auténtica puerta al reino de los sueños, o una de las cuatro obras maestras de la serie «Hommage aux Naturalistes Explorateurs» de Vacheron Constantin.
En esta lista imaginaria, añadiría ediciones innovadoras como el Masse Mystérieuse de Cartier o el J12 X-Ray Star de Chanel, cuya transparencia me inspira tranquilidad; el Blast Free Wheel Marquetry de Ulysse Nardin, cuyo resplandor azul me transporta a un entorno mediterráneo; el RM 07-04 de Richard Mille con sus reconfortantes colores; el fabuloso Code 11. 59 Ultra-Complication Universelle RD#4; y el Reverso Tribute Chronograph de Jaeger-LeCoultre, que sigue siendo una de mis piezas favoritas de 2023.
Sin embargo, entre esta quimérica enumeración destinada a los tres Reyes Magos domiciliados en el Oriente Próximo, dos relojes en particular exaltan mi alma sentimental, ya que soy un apasionado de la historia: el modelo «militar» Type 20 Chronographe 2057 de Breguet presentado en junio y el Fifty Fathoms 70th Anniversary Act III de Blancpain. Quién sabe, quizá algún día mis sueños se hagan realidad.